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Reconstruir un mural.


Las primeras conversaciones que tuve con Raúl Restrepo se dieron a raíz del primer intento de borrar su mural en el Instituto de Cultura de El Carmen. Pensé que buscaba un abogado para defender su obra, pero en realidad buscaba un oyente: se desahogó largamente sobre el desprecio que le tenían, según él, por no ser carmelitano. En algún punto me dijo airado que, si de borrar se trataba, entonces le dieran un cuñete de pintura que él mismo lo haría. La idea era, además de impulsiva, impracticable: Para esa época Raúl empezaba a estar enfermo. Aquella vez se pudo hablar y hubo la decisión de no destruir la obra.


He pensado en su propuesta iracunda, pues con los años y con la pintura blanca que hoy cubre el mural, mucho de lo que hablamos (y de lo que he hablado con otros amigos en común) cobra sentido. Se me ocurre que la destrucción del mural, más allá de todos los aspectos jurídicos, patrimoniales y morales que pueda implicar, cierra estéticamente la propuesta de Raúl. Sin su intervención, la obra terminó dándole la razón. El blanco que hoy se impone sobre lo que antes fue quizás el mural más importante que ha habido en nuestro pueblo, nos obliga a proponer explícitamente lo que la obra no decía de un modo obvio. No lo decía no porque Raúl no hubiera comunicado adecuadamente su mensaje, sino porque las obras necesitan tiempo para entenderse y el lenguaje de los artistas en muchas ocasiones es oracular: oblicuo, soterrado, misterioso.


Creo que es imposible reconstruir el mural, dudo, además, que haya intenciones de hacerlo y, ante ese hecho tan palmario, no hay mucha resistencia que se pueda hacer, queda un silencio blanco, una indignación triste. Pensé en guardar silencio, pero el mismo día que conocí los acontecimientos tuve que preguntar en los micrófonos que tengo por ser concejal de este pueblo: “¿qué vamos a hacer con el mural? ¿cómo podemos reconstruirlo?”.


Por lo pronto me respondo con la forma que tengo de reconstruir el pasado. Reconstruyo con palabras el mural:


De arriba abajo el mural tenía ya algunas claves de lectura, al menos recién pintado, pues pronto se vandalizó. El marco estaba coronado por la silueta de la antigua iglesia de El Carmen y la inscripción VOX POPULI. Dentro de esta silueta se ubicaban una fotografía de la iglesia actual en un marco dorado barato y dos floreros de carey con flores artificiales rojas. Luego el marco, pintado color madera en todos sus lados salvo el inferior, pintado de negro. Dentro del marco había una pizarra negra que simulaba un tablero y una pintura de un paisaje rural con una vaca en primer plano, todo pintado en líneas blancas bruscas y un difuminado blanco que recordaba la tiza, ya hablaré de la composición de la pintura. El lado negro del marco estaba tallado y pintadas las tallas con colores vivos, representando algunos frutos: una mazorca con capacho, algunos tubérculos y unos granos seguramente de frijol y maíz. Abajo, incrustadas en el muro cinco piedras figuraban una cruz adornada con algunas vetas de pintura negra y roja. Esa cruz de piedra cerraba la obra recordando el evangelio de Mateo (16:18): “sobre esta piedra voy a construir mi iglesia; y ni siquiera el poder de la muerte podrá vencerla.”


Foto de detalle de la obra iglesia antigua, foto de iglesia actual, floreros Kitsch e inscripción “Vox Populi”


Recuérdese que la primera imagen es del contraste entre las iglesias moderna (fotografía en un marco Kitsch y adornada por flores artificiales) y la antigua, aparecida en su desaparición, como una mera silueta, existente solo como falta. Y que la última imagen (la cruz de piedra) habla de la piedra sobre la que se edifica la iglesia y su resistencia aún después de la muerte. Es curioso que sean esas piedras las únicas que sobrevivan hoy y ojalá esto que escribo sirva para al menos conservar esa parte del mural. En esas impresiones sobre la iglesia se empieza a entrever la intención de Raúl, su obra criticaba la desaparición de un sentido estético que le veía a la antigua iglesia y la imposición de un estilo kitsch, desaliñado y ordinario en su opinión de la nueva. Esta opinión no la saco de la manga, ni es sobreinterpretación, tampoco es mi opinión, era la opinión de Raúl, confirmada no solo por mi memoria sino también por la de otros amigos con los que he hablado para escribir esto, sobre todo de Carlos Andrés Martínez, artista plástico que me ha ayudado a reconstruir en la conversación el mural.


Hablemos de la pintura dentro del marco de madera.


Primero la materia: la base era una pizarra negra, vale la pena recordar que el color pizarra sugiere la piedra homónima, arcillosa y muy usada en la construcción. Igualmente es el nombre que se da a los tableros escolares sobre los que se escribe con tiza. Las artes son un artificio, la pintura lo es, por eso con acrílicos convirtió un muro en tablero de escuela y con otros acrílicos hizo pensar a todo el mundo que lo blanco era tiza, aunque no lo fuera. La tiza es un material contingente, temporal, borrable. Paradójicamente un mural se hace para perdurar, por eso Raúl no lo pintó con tizas, como parecía. Esa decisión estética sobre los materiales y su apariencia plantea esa paradoja: el tablero de escuela invita a ser borrado, pero el mural debe conservarse. La mirada superficial invitaba a la destrucción, a la vandalización del mural; la mirada detenida, el tacto, invitaban a entender otras cosas más profundas. Para recordar el artificio, en un par de lugares del mural, Raúl había hecho un esgrafiado, es decir, había tallado las capas de pintura para que se viera bien que el sustrato no era un tablero, sino un muro. El esgrafiado gritaba “soy un mural, no un tablero”.


Foto reconstruida digitalmente a partir de varias fotografías disponibles en perspectiva.


Ahora el contenido: de izquierda a derecha el cuadro inicia con una silueta extraña y poco realista de un libro abierto y debajo de eso, una sección que había dejado libre Raúl para que cualquiera pudiera intervenir la obra con tizas, podría decirse que se trata de una lápida en blanco (en negro) (¿acaso un sepulcro blanqueado?). Al lado aparece un paisaje rural: un hombre y una mujer de espaldas junto a un árbol muerto miran (o intentan mirar) a El Carmen, al fondo del paisaje se ven unas fábricas de cerámica y la torre de la iglesia actual bajo el vientre de la vaca. En primer plano, al centro a la derecha la vaca (¿acaso un toro? No tiene ubre) se impone mostrándonos sus ancas y a la derecha hay un cultivo y una casa campesina. ¿Es un paisaje bucólico e ingenuo? En absoluto. Es una crítica. La vaca es un símbolo, Raúl pensaba que El Carmen pronto cambiaría su vocación agrícola y artesanal por una vocación ganadera. Creo que no tenía razón, pero el lenguaje de los artistas, repito, es oracular. Habría bien podido pintar un invernadero o un edificio, pero su obra habría sido panfletaria. La vaca simboliza la destrucción de las tradiciones.


Vox populi” era la única expresión que aparecía en letras, pues los poemas que estuvieron en otros momentos en el espacio negro de la lápida no eran originales de la obra. La expresión refiere varias cosas: que algo se está diciendo, se escucha, se intuye, se cuchichea. Es vox populi que el pueblo está cambiando. También refiere a la idea más completa de “Vox populi, vox Dei”, la voz del pueblo es la voz de Dios, como un llamado a que se obedezca al mandato popular. Pero también refiere a la frase completa, aquella de “Nec audiendi qui solent dicere, Vox populi, vox Dei, quum tumultuositas vulgi semper insaniae proxima sit” (No debería escucharse a los que acostumbran a decir que la voz del pueblo es la voz de Dios, pues el desenfreno del vulgo está siempre cercano a la locura). ¿Con cuál de las tres opciones se comprometía la obra de Raúl?, con todas. Con el rumor del cambio y la destrucción, con el afán de escuchar al pueblo y al mismo tiempo con el temor de la imposición de una cultura de masas, de la tiranía del gusto popular. Tomar partido ahí no es fácil y tampoco es necesario, puedo apostar a que Raúl no elegía.


Repito una idea: el tablero de escuela invita a ser borrado, pero el mural debe conservarse. La mirada superficial de esta obra invitaba a la destrucción, a la vandalización; la mirada detenida, el tacto, invitaban a entender otras cosas más profundas. Raúl siempre intuyó que su obra se había hecho para ser destruida, en vida luchó ferozmente, con las fuerzas que tenía (que eran pocas) para evitar su destrucción, pero sospechaba íntimamente que haber hecho parecer al acrílico (hecho para perdurar) tiza (hecha para ser borrada) era una pregunta sobre la inteligencia, sobre la elegancia y sobre el sentido del gusto de aquel que la contemplara. Sus sospechas eran que en El Carmen no habría esa inteligencia y esa sensibilidad, que tarde o temprano sería un muro blanco, pero secretamente esperaba que fuéramos lo suficientemente audaces como para no borrarlo.


Se ha completado la obra de Raúl y la pregunta que lanzó se resolvió de la peor forma posible, no para Raúl y su memoria, sino para la autoestima de nuestro pueblo. No vimos al mural, sino al tablero.


Alejandro Arcila Jiménez

Abogado, concejal 2024-2027 de El Carmen de Viboral.


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