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Musas y Monumentos: Ruinas para la memoria

En la honda fe de los obreros, artesanos sabedores de los credos seguro, reposan grandes recuerdos de este sitio; un santuario obligado de peregrinaje laboral en el que se renovaban día a día las esperanzas de los fieles que desfilaron alegremente con cada alba.


Compartimos con ustedes el texto “Musas y Monumentos: Ruinas para la memoria” de la historiadora Daniela Zuluaga Toro, aprendiz de oficio e investigación en cerámica, quién nos trae al recuerdo el oratorio ubicado en los antiguos predios de Cerámicas San Antonio y Moderna [Bello Rendón & Cia.] y sus susurros sagrados, de lágrimas y de gratitud.


Es posible que este oratorio en poco tiempo haga parte del inventario fugaz de la arquitectura que se apaga una a una en El Carmen de Viboral, no obstante, exaltamos con esta reflexión también, el silencioso homenaje a la vida autárquica, hortelana y solariega que tuvo El Carmen de Viboral en alguna época, y al mural realizado por la artista Maryory Ruiz López, quien, en la técnica del mosaico, recientemente acaba de instalar en la Casa de la Cultura Sixto Arango Gallo.



Musas y Monumentos: Ruinas para la memoria


Acudir al monumento como artificio para evocar el “recuerdo” ha sido un instinto primitivo de las comunidades a lo largo de su existencia, el monumento brinda complejidad, grandeza y suma elementos para la permanencia de lo profundo del ser colectivo, los miedos, creencias y antiguas luchas, complejizarlo siempre va a ser una cuestión muy humana. El sentido etimológico del término tiene un origen del latín monumentum, que significa “advertir, recordar”, palabras que no tienen una carga imparcial sobre los sentimientos humanos, todo lo contrario, el monumento a pesar de ser un patrimonio construido, estéril e indoloro, envuelve el universo emocional de quienes lo edifican y más permanentemente, sobre aquellos que deciden conservarlo, tal vez el sentimiento más evidente que persiste en lo colectivo, respecto al monumento, puede ser la nostalgia, nóstos como lo advierte su origen griego que quiere decir “regreso” y algia, dolor.

 

No se puede sentir nostalgia sin antes, haber probado las mieles dulces o amargas de hechos acontecidos, pero por lo general, la palabra en sí, envuelve una raíz afectiva ligada a la alegría, aunque visto desde los monumentos, no necesariamente puede entenderse desde ahí, dado que la nostalgia también puede sentirse por aquello que quedó inconcluso, que provocó una herida y no tuvo una forma sana de resolverse, por ello, es casi natural en nuestros mayores, el bosquejo de que “todo tiempo pasado fue mejor” un aliciente para su memoria.


La nostalgia es una correspondencia con el pasado, que será siempre un país lejano, casi borroso y desdibujado por la emoción, que nos conecta con el presente. Muchas veces la emoción nos muestra con engaño aquellas efemérides, que son evocadas por los monumentos, por esta razón ver con ojos del presente los acontecimientos del antes a través de los monumentos, supone ser un arma de doble filo para quienes tratan de entender objetivamente el pasado; bien sea documento o monumento, Le Goff plantea que las sociedades, queriéndolo o no, imponen a través de su producción documental/monumental aquella imagen con la que quieren verse reflejadas en un futuro.


El objeto que nos envuelve en tales meditaciones, no tiene que llevar el sentido estricto de las reflexiones de Le Goff, quien nos propone esas dos formas en las que la memoria se presenta: el monumento; heredero del pasado y tradición oral, y los documentos, elecciones del historiador, palabras más, palabras menos, “la memoria colectiva y su forma científica, la historia”[1], por el contrario, es necesario creer en las bondades del recordar con alegría o tristeza, en defensa del monumento.


El Oratorio construido en los predios de lo que antiguamente fue Cerámicas San Antonio y Moderna [Bello Rendón & Cia.], se reviste como un monumento testigo, que revela los cambios del paisaje producidos por la comunidad, de la misma forma como ésta se ha visto transformada por sus propias acciones sobre este bien, así no se tenga plena conciencia de ello. Curiosamente, lo que reviste ideológicamente aquellas paredes, y que es consecuencia directa de su permanencia, es el peso fundamental que las mantiene a flote, es por ello que este Oratorio Católico nos recuerda el peso de toda creencia, ya que, en cada adobe insertado con ferviente devoción, se plasma una humanidad y de la misma forma, un deseo de honrar la memoria, somos finitos, pero queremos ser eternos en el tiempo.


El contexto de creación de este Oratorio es particular, pues surgió como una iniciativa emanada de dos voluntades que habitaron el espacio de las industrias San Antonio y Moderna, los empresarios y los obreros. Se comenta por tradición oral, que Francisco Ossa (Pacho Ossa), uno de los administradores que designó Julio Montoya para la dirección de estos consorcios, propuso la construcción del Oratorio para la celebración de la Fiesta de la Santa Cruz, el cual debía pagarse como cuota fija desde los sueldos de los obreros ceramistas. Dicha propuesta fue aceptada unánimemente por los obreros y empresarios que puntualmente, descontaban del sueldo de los trabajadores para la construcción de dicho recinto, que aseguraba un espacio para la espiritualidad católica y la celebración anual de dicho festejo religioso.[2]


Françoise Choay pone en consideración, dentro de sus reflexiones sobre la naturaleza del monumento, (su fin conmemorativo o patrimonio histórico) que: “el monumento es una defensa contra el traumatismo de la existencia, un dispositivo de seguridad. (…) Como desafío a la entropía, a la acción disolvente del tiempo sobre las cosas naturales y artificiales, trata de apaciguar la angustia de la muerte y de la aniquilación” [3] y es precisamente estos dos sentidos en los que se especializa el monumento ya que puede ser una obra de arquitectura o escultura con un fin conmemorativo o religioso/funerario.


Podemos decir que El Oratorio Ceramista constituye una marca visible en el tiempo, que nos muestra el impacto de una creencia y sus posibilidades para otorgar permanencia a ciertos espacios, que en el presente suponen una gran riqueza para la memoria de las comunidades. Dicho recinto consigue rescatar ciertos rasgos del pasado, así como la identidad ferviente y católica de una comunidad, a su vez, desde la artística es posible encontrar en su construcción, rasgos que emulan la forma de los hornos, en honor al oficio alfarero, ya que somos creados a imagen y semejanza de Dios, por esto plasmamos aquellas formas que nos describen desde lo colectivo que además, se reflejan en algo más superior y trascendente, desde el fuego como elemento de la metamorfosis del barro y del hombre, así como la luz que éste emana para brindar guía a un pueblo peregrino hasta el final. 


Las creencias católicas y el oficio alfarero en El Carmen de Viboral, han sido dos bastiones evidentes en la conformación de esta tradición, no por menos en las letras de antiguos ilustres, se recurre a dicha metáfora como una unión inquebrantable, así, los hermanos Arango Gallo en su música y letra, lo plasman de esta forma: “El artesano, quien el barro en sus manos amasó, como el creador en la primera hora, en sus manos, al hombre lo formó.” [4] El barro se reviste de significado como el material divino por excelencia y la alfarería como la forma de creación divina y humana, en un pueblo fervientemente católico como El Carmen de Viboral, en donde artesanos de tradición recitan con frecuencia: “Oficio noble y bizarro, entre todos el primero, porque en la industria del barro, Dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro. [5]

 

Por esta razón se cree que el Oratorio ubicado en los predios de Cerámica San Antonio y Moderna (consorcios que tuvieron una alta actividad sindical) pudo llegar a ser simbólicamente un lugar para la encomendación habitual, para la oración y la paz interna de los obreros que allí trabajaban, pero también adquiere una connotación de monumento para la legitimación del poder de la Iglesia; en ambos sentidos, es un monumento que nos recuerda una cualidad genuina de los obreros de la cerámica, su profunda devoción con la religión y el trabajo.


NOTA: Este artículo hace parte del proyecto "Hacia una interpretación social de la historia Ceramista en El Carmen de Viboral, El Sindicato Industrial de Cerámicas (1945-1975)" apoyado por el Programa Municipal de Estímulos del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral, 2024.

@culturaelcarmen

 

[1] Jacques Le Goff, El orden de la memoria, el tiempo como imaginario, capítulo III DOCUMENTO/MONUMENTO (Barcelona: Ediciones Paidos) p.227.


[2] Información extraída por tradición oral, memorias de Luis Bernardo Betancur Ramírez (BB Cerámicas), El Carmen de Viboral.


[3] Françoise Choay, Alegoría del patrimonio, 71.


[4] Fragmento de la canción “Villancico Carmelitano”, Sixto Arango Gallo. Letra Jesús Arango Gallo.


[5] Refrán popular, parafraseado de Luis Bernardo Betancur Ramírez (BB Cerámicas), El Carmen de Viboral.


 

Daniela Zuluaga Toro

Aprendiz de oficio e investigación en cerámica

Investigadora invitada

@dani.plectro

@barro_ceramica



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