
Fabio Arcila Montoya se define como un ceramista muy tradicional de El Carmen de Viboral. Lleva casi 60 años trabajando la cerámica ya que su niñez y adolescencia transcurrieron en el taller de su familia. Su historia, su experiencia de vida y su trayectoria artesanal son de lo más variado y significativo en términos de (como él mismo lo expresa), su desarrollo y consagración como ceramista; a primera vista, lo más curioso es que después de tanto tiempo de relación con la cerámica sólo los últimos años los ha dedicado a la producción de vajillas y a la decoración en bajo esmalte.
Su padre se llamaba Evelio Arcila, un santuareño que llegó a El Carmen en la década de 1950 y que trabajó como supervisor en las fábricas la Modelo y la Palissy pero que antes se había acercado a la cerámica durante su juventud en la fábrica ubicada en la vereda El Salto, del municipio de El Santuario. Su madre es Sofía Montoya, una aguerrida mujer campesina que acompañó los pasos de su esposo y que continuó con su legado en los años posteriores a su fallecimiento. Madre e hijo le dieron continuidad al arte de Evelio: la producción de rubicones, objeto que Fabio describe como el principal desarrollo de su padre y como un producto que marcó una época de la producción carmelitana y de su familia dadas sus cualidades y la acogida comercial que tuvo.
Lo que hoy conocemos con el nombre de Cerámicas Arcila, es la continuación (aunque de otro modo), del taller de sus padres que a pesar de que nunca tuvo nombre, Fabio llama sencillamente la Fábrica de Rubicón, fundada en la década de 1960. Por esta razón es que su infancia se desarrolla en medio del taller familiar, el cual en la época de apogeo de la producción de rubicón, ocupó a unas 16 personas trabajando: vaciando, puliendo, raspando, esmaltando, cargando hornos y haciendo todos los oficios que se enmarcan en el escenario de producción tradicional. Este es el contexto en el que Fabio tiene sus inicios como ceramista.

Fabio cuenta que: “Mi padre me dejó el saber y con ese saber he desarrollado más actividades diferentes a las que él trabajaba como ceramista”. Afirma que su objetivo ha sido explorar “los matices que da el crecer como ceramista, como trabajar manualmente, hacer pesebres, hacer búhos, hacer figuras humanas. Con el tiempo desarrollé la escultura en pequeño, como hacer un campesino pelando chócolo, desarrollar también un rostro mediante una fotografía […]. Esa fue una época mía muy bonita, que tampoco es lejana pues, la hice más o menos hace 20 años”. Tanto ha explorado que hace unos 15 años, se puso a producir loza a partir de una iniciativa que promovía el rescate de la cerámica del municipio, sin que por eso sienta que lo demás es un capítulo cerrado en su vida; simplemente es consciente de que cada cosa ofrece la posibilidad de desarrollar dimensiones distintas del oficio.
Sobre sus primeros años de experiencia, es importante resaltar una cosa más: para Fabio y su madre, se hizo muy difícil sostener la producción de rubicón debido a las dificultades para quemar las piezas, pues requerían temperaturas muy altas y los hornos antiguos tenían ciertas falencias y resultaba muy difícil subirlos al punto que necesitaban. En ese momento cambiaron su línea de producción y empezaron a fabricar materas de barro de una sola quema decoradas en frío. De este modo, se inauguró en su vida una etapa de la producción esencialmente marcada por la cerámica decorativa.

Cabe resaltar que la producción de materas tuvo cierta representatividad dentro de los ceramistas del municipio durante los años en que la producción y comercialización de loza empezaba a decaer. Sin embargo, fue una práctica desarrollada especialmente por los ceramistas en sus talleres personales o familiares, las fábricas que estaban activas en ese momento no abandonaron ni cambiaron la producción de loza; suponían caminos y orientaciones diferentes que se adoptaron de acuerdo con las posibilidades de cada uno. La matera de barro decorada en frio representó el medio para que muchos ceramistas continuaran activos y su apogeo, como recuerda Fabio, se hizo evidente en las ferias artesanales a las que asistía un numeroso grupo de carmelitanos que recorrieron el país vendiendo este tipo de piezas.
La producción de cerámica decorativa desarrollada por Fabio, como se ha mencionado, pasó por la fabricación de pesebres y búhos modelados con espátula, decorados con óxidos en la quema y utilizando vinilos para el terminado. Él define que su inquietud, creatividad e interés por innovar son las causas de incursionar en áreas tan distantes de la producción tradicional del municipio. Cuando piensa sobre esta etapa de su trabajo, reflexiona que la vida se queda corta para desarrollar tantos temas como quisiera, pero si hoy volviera a producir figuras decorativas al ritmo de antaño, entonces, lo haría diferente, utilizando, por ejemplo, óxidos, engobes y esmaltes en lugar de vinilos para darles un matiz más de cerámica y un acabado más bonito. Cuando se escucha a un ceramista como Fabio valorar el pasado a la luz de lo que sabe ahora se comprueba que es alguien para quien sus ilusiones más antiguas continúan sin perder ningún atractivo.

Todos estos años dedicados al oficio le han servido para percibir y disfrutar una de las sensaciones que mejor lo hacen sentir: la libertad y la tranquilidad de espíritu que le otorga el acto de crear. Fue así como guiado por las ganas de saber hasta qué punto podía desarrollar sus conocimientos, que terminó llegando a la escultura modelada en arcilla. Su inspiración fue la figura humana, por su versatilidad y la posibilidad de mostrar desde profesiones hasta personajes típicos o el folclor de los pueblos (o lo que él llama: la oportunidad de narrar la vida en su cotidianidad) afrontando el desafío de encontrar y retratar la identidad de cada persona.
En esta línea de creación, considera la figura de Jaime Garzón (con la reproducción de su personaje de Heriberto de la calle), como uno de sus trabajos más asertivos y significativos: “Lo hice con una identidad igualita y fue un personaje que me dio mucha felicidad, mucha alegría económicamente y como persona también, porque es consagrarse uno como escultor, llegar a sacar el rostro, la personalidad de alguien en barro, desarrollando el arte de la escultura, es una satisfacción inmensa, que lo marca a uno y eso no se olvida”.

Fabio le atribuye a la terquedad, la exploración de líneas de producción en las que ha incursionado sin mayor formación: “Uno cree que no es capaz. Las ganas de superarse le dan creatividad a uno y empieza a manejar la mano como una verdadera espátula. La mano es la inspiración, la imaginación va conectada a las manos. […] la insistencia en persistir, en consagrarse, en desarrollar un arte, te lleva a ser empírico y el empirismo es lo máximo en un ser humano, es ser uno el creador de su propio arte, casi sin clases, practicando y llegando a desarrollar tanto la mano que la gente se asusta, y hasta uno se asusta más de las cosas que logra a veces, de la insistencia y de la fe en lo que está haciendo y de las ganas de hacer”. Su trabajo con la escultura, silenciosamente le ha valido el reconocimiento en certámenes para escultores empíricos donde su obra ha sido merecedora de mención especial.
No ha dejado por completo la escultura, ni la producción de cerámica decorativa, aunque ahora se dedica de manera preponderante a la producción de loza impregnándola del mismo espíritu con el que se ha aproximado a los demás campos de trabajo en cerámica: fortaleciéndola con creaciones nuevas y buscando la innovación de los productos. Más allá de qué aspectos del oficio esté trabajando, para Fabio la cerámica es como una franja de luz en su vida, es una necesidad tanto estética como moral.

En su opinión, la cuestión de ser ceramista pasa por saber que se es un ser común y corriente al que el oficio se le dio por vocación y que lo desarrolla poniendo en el su vida interior. En este sentido argumenta que de no reconocerse como tal sería negar su propia identidad, pues con méritos ha trabajado por hacer crecer la cerámica del municipio. Sin embargo, en su reflexión va mucho más allá: “Para valorar mi trabajo como artesano tengo que mirar mi interior (no mirarme exteriormente), lo que he hecho como persona: que he sido creativo, que he pasado por etapas diferentes, que he variado la cerámica, yo he tocado temas diferentes. He trabajado miles de artículos, variándolos, siendo productivo y poniéndole mi creatividad y mis ganas de hacer bien las cosas”.
Si algo permite argumentar la trayectoria de personas como Fabio, es que el oficio no se reduce a la producción de loza; él ha permanecido perfectamente activo sin hacer vajillas más de la mitad de su vida. Como otros colegas, ha emprendido búsquedas personales que contribuyen igualmente a la consolidación de la cerámica del municipio. Ya sea haciendo cerámica refractaria, decorativa, loza o esculturas, Fabio ha aportado a la ampliación del sistema de conocimientos que conforma la cerámica carmelitana. Más allá de la aplicación, enfrenta un patrón de procedimientos semejante que hace que su experiencia tenga tanto valor como la del resto de ceramistas, incluso, según la línea de producción afronta problemas distintos frente al secado, la quema o la decoración de las piezas. Su obra resulta íntima, personal, pero también familiar a todos nosotros que habitamos el mismo espacio que lo inspira y que formamos parte de la misma cultura que él ha ayudado a fortalecer en sus años de carrera.
Fabio defiende la tradición carmelitana y no duda en decir que hoy produce loza soportado en los esfuerzos incansables de los artesanos del pasado y destaca que las nuevas ideas harán crecer la cerámica en diferentes formas, en diferentes matices y que su futuro está sujeto a la creatividad, la innovación y la calidad que procuren los ceramistas de nuestros días.

Fabio es un hombre que tiene muy presente la eternidad que hay a sus espaldas y la que precede a su existencia. Sabe que a donde quiera que va camina sobre las huellas de los hombres que han adoptado el trabajo de la cerámica como su vida misma, no pierde de vista que experimentando en ella sigue el rastro de quienes en cientos de años han aportado al desarrollo del oficio. Su espíritu, eminentemente laborioso, necesita del arte, de la belleza y el amor que encuentra en lo que hace, por eso afirma que su ser está impregnado de amor por la cerámica. Su oficio es proyección artística de algunas de las más hondas preocupaciones humanas: el ser, su crecimiento personal y el perfeccionamiento de su arte. Ser ceramista es justo eso: volcarse tan integra y apasionadamente en su creación como lo hace Fabio Arcila Montoya.
Julián González Ríos
Sociólogo.
Este escrito forma parte de una serie de relatos elaborados en el marco de la investigación "Voces del pasado presente: materiales para la comprensión de la manifestación cerámica de El Carmen", proyecto apoyado por el Programa Municipal de Estímulos del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral, 2024.
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