
Enrique Montoya Ramírez llega a la cerámica por influencia familiar, pues pertenece a la tercera generación de una familia de ceramistas: su abuelo, Julio Montoya Tobón, es considerado uno de los pioneros y promotores de esta práctica productiva en el municipio, su padre Enrique Montoya Giraldo, sus tíos y sus hermanos también han estado inmersos en el oficio adaptándose a condiciones enteramente distintas de lo que fuera el escenario fabril de mediados del siglo pasado en el que Enrique empezó a hacer su carrera al lado de su familia.
A la edad de siete años ya recorría la Locería Júpiter, de propiedad de su abuelo, ubicada en la vereda La Chapa. Su vinculación con la fábrica se dio una vez terminados sus estudios de bachillerato. Entre todas las personas que conoció, con las que convivió y aprendió del oficio, la experiencia y la forma de trabajo de su tío Domingo Montoya Giraldo fue la que trazó de un modo más determinante la búsqueda que ha significado los esfuerzos de su vida.
Hace 65 años, en medio de la producción tradicional de loza del municipio y en un escenario con innumerables limitaciones, Domingo incursionó en el desarrollo y producción de una línea de elementos utilitarios de porcelana: “Él empezó a hacer ciertas pruebas con mucha dedicación, con mucho amor, era un investigador con mucha limitación y yo lo admiro mucho porque a pesar de eso éste hombre insistía en la porcelana [y desarrolló] otra mirada más amplia de las cosas, en este caso de las materias primas de la cerámica. […] Esa es la cerámica, el hecho de combinar las materias primas y hacer el estudio, ir haciendo ajustes de determinadas arcillas, de determinados feldespatos, de caolines”, cuenta Enrique, que, además, describe que a Domingo los esfuerzos le valieron para sacar una porcelana buena, pero no rentable porque no era fácil de trabajar, pues la falta de plasticidad hacía que fuera muy difícil moldearla y el proceso de quema era aún más complejo.
Enrique es heredero del amor por la cerámica como tradición familiar, pero además hizo suya la búsqueda personal del tío Domingo por el conocimiento de las materias primas, un interés que tiene plena vigencia e importancia a la luz de la condición actual de la cerámica de El Carmen en términos de la relación que tienen muchos de los artesanos frente al escaso tratamiento de las materias primas. “Digo que me incliné por la porcelana, porque vi que las pastas de El Carmen tenían ciertas falencias. Sí, porque son lozas. Y no es que sean malas, no eran malas, pero podían ser mejores, que es otra cosa. Podían mejorarse en muchos aspectos. Una cosa que yo noté desde un principio, es que no somos muy dados a la investigación. Nos contentábamos con lo que había y yo nunca estuve contento con lo que hacíamos. Yo decía: esto hay que mejorarlo, hay que buscar alternativas”. Esta es la forma como Enrique terminó incursionando en el mundo de la cerámica, de modo que, desde un principio entendió que lo esencial a su oficio era mantenerse activo investigando para poder avanzar.

Como todas las naturalezas obstinadas, Enrique carece del temor a la equivocación; al tiempo que puede hablar de las cosas buenas que ha conseguido, es consciente de los errores que ha cometido, pero sigue actuando con perseverancia, pues asume que, de este modo es como se pueden lograr dos puntos de vista sobre una misma verdad excepcional.
Conoce las técnicas que utilizaban en las fábricas para hacer loza y afirma que, aunque los antiguos ceramistas cuidaban mucho sus fórmulas en el fondo eran las mismas, tanto así que los resultados eran semejantes. Enrique no le resta importancia a lo que aprendió en las fábricas de su familia o con los demás colegas, pero resalta que ha sido esencialmente un autodidacta: “Yo me hice a base de investigación. Desde esa época he mantenido un molino de laboratorio pequeño, de uno o dos kilogramos. Para mí eso ha sido una obsesión: tener un molino donde yo no tenga que moler 20 o 30 o 100 kilogramos para hacer una prueba de laboratorio. Mi tío Domingo en la Júpiter tenía conectado a la rueda Pelton y a los engranajes un molino pequeño entre dos palos y yo le copié a él eso”.

Enrique se considera un buscador. La oportunidad de conocer diferentes lugares de producción de cerámica y de gran riqueza mineral en el país le permiten ser consciente y haber desarrollado una variedad de aplicaciones que tiene la cerámica: aunque no lo ha hecho en El Carmen, ha incursionado en la producción de pisos de cerámica en arcilla roja, materiales para la construcción como tejas y adobes, cerámica decorativa, apliques de porcelana, entre otros.
Al tiempo, sabe que la teoría no se puede descartar y de los libros alimenta la avidez de su espíritu de investigación, teniendo presente que las proporciones de la formulación importan en la medida en que se comprenda la composición de las materias primas y en este sentido, hace una defensa de la comprensión de las particularidades del entorno y de los minerales presentes en él, por eso la literatura especializada en cerámica la entiende sólo como una posibilidad de ampliar el panorama: “Lo vemos en Colombia: todas las arcillas no son las mismas, varían en el mismo yacimiento, cambian en cuestión de metros la composición; con mayor razón a miles de kilómetros, de un continente a otro, pero no dejan de ser arcillas; las arcillas son arcillas aquí y allá, pero unas llevan más sílice y otras menos alúminas, unas son más puras que otras. Por eso las formulaciones que se hacen con base en los productos de Europa o de Asia son diferentes a las nuestras. Aquí hay que formular partiendo de lo que tenemos nosotros dentro de nuestro territorio, en el departamento, o en Colombia. Hay que fijarse en eso. Hacemos formulaciones, ajustes y vamos extendiendo el conocimiento, eso es lo que lo tiene a uno motivado y con ganas de seguir para adelante: el conocimiento”.

El modo de ser y pensar de Enrique, refleja algo esencial de la vocación artesanal: se debe formar ceramistas para resolver más que los problemas del presente. No debemos concentrarnos en la transmisión de la información, sino en el desarrollo del pensamiento crítico, la lectura, la experimentación y, sobre todo, el pensar científicamente la relación del ceramista con las materias primas. Por eso, busca mantener contacto entre ambos escenarios: “Donde miro que hay una arcilla o tengo noticias, me conecto con esa región y trato de traerlas para involucrarlas en mis experimentos; con el molino y con los hornos de prueba, que son muy pequeños, puedo hacer experimentos e ir mejorando y ajustando pastas”.
A Enrique, su experiencia le ha mostrado que una de las formas de investigar es el fuego porque define el comportamiento de los materiales, “uno quema una determinada arcilla a 1200 grados creyendo ciertas características y la saca y son pastas muy absorbentes y refractarias o de pronto otras que vienen con más fundentes o uno las ve blancas y resulta que son más amarillas, muy impuras, pero es el fuego el que le dice a uno qué tipo de materia prima está trabajando”.

Uno de los recuerdos más vivos en su memoria (que visto desde afuera sintetiza muy bien su inquietud y motivación por la investigación y la producción de una mejor pasta), es haber presenciado cuando se descargaba un horno (situación que se vivió en distinta medida tanto en las fábricas de su familia como en muchas otras del municipio), y se sacaban carretas con montones de desperdicio, de roturas, para tirar a la calle. Ver cómo se perdía el 20 o 30 % de la producción en una quema lo hizo pensar en la necesidad de mejorar y corregir los problemas: “Muchas veces eso no se podía corregir de una, por las limitaciones del momento, porque no es lo mismo quemar en un horno con estuches y quemar grandes cantidades, y no es lo mismo quemar en un horno con rodillos donde la pieza va independiente y la temperatura les llega muy uniforme”.
En la actualidad, Enrique trabaja en un pequeño taller que le permite mantenerse activo investigando y produciendo. Sus piezas guardan ciertas diferencias con relación a la loza de casi todos los talleres, pero eso no es lo relevante, lo que vale la pena destacar es el resultado de muchísimos años de trabajo al servicio de la cerámica de El Carmen para lograr producir piezas con una pasta de porcelana con condiciones de calidad y resistencia al impacto, al choque térmico, al desgaste, a la fricción y en una posición favorable para competir en el mercado.

Enrique no quiso conformarse con lo que había y hacer lo mismo, no se limitó a reproducir la técnica de producción que El Carmen ha adoptado como tradicional, él quiso mirar más allá, por eso produciendo pocillos, jarrones o azucareras en porcelana le hace frente a la tendencia de comprar productos terminados para decorarlos, no porque tenga algo en contra de esta situación, sino, simplemente porque ha adoptado su relación con la cerámica de un modo distinto: la de crear algo que siente suyo, por la satisfacción personal de hacer cosas que lo llenan y con la convicción de que uno no debe depender de los demás.
Su idea de futuro para la cerámica de El Carmen es que como pueblo ceramista no se estanque, que siempre esté mirando hacia adelante evitando cometer el error y la limitación de creer que los artesanos se las saben todas; por eso, defiende que investigar, conocer y aprender siguen siendo las bases para avanzar y hacer sostenible el desarrollo y la continuidad de la cerámica carmelitana.

De un modo muy personal, cuando pienso en Enrique, me hago a la idea del valor que tiene el estar fuera lo suficiente como para recibir una experiencia completa de la realidad, para equilibrar pensamiento y sentimiento, que en su caso están especialmente dados a la cerámica. Enrique encontró en la cerámica el tema correcto, el que lo inspira y anima su alma, el que le proporciona la oportunidad de trazar analogías, el que le hizo entender que, para percibir la verdad, hay muchas vías, el que le hace pensar qué opciones está desatendiendo, el que lo hace ser avaricioso en el sentido de colmar el deseo de mejorar, conocer y aprender. En esto se halla su experiencia artesanal: en la capacidad de adaptar múltiples puntos de vista, en que la arcilla, el cuarzo, el feldespato y una multitud de objetos le han sugerido algo, le han contribuido en algo. Enrique me hace recordar las palabras de Henry David Thoreau, cuando afirma que: “Un hombre puede pensar lo que quiera sobre la naturaleza mientras está en casa, y la naturaleza todavía lo sorprenderá cuando salga. […] Mi pensamiento es parte del sentido del mundo, y, por lo tanto, estoy poniendo en uso parte del mundo como símbolo para expresar mi pensamiento”. Algunas personas que conocen su trabajo le brindan un elogio y resaltan sus conocimientos sobre la cerámica, pero él solo responde que, es más lo que le gusta que lo que sabe.
Julián González Ríos
Sociólogo.
Este escrito forma parte de una serie de relatos elaborados en el marco de la investigación "Voces del pasado presente: materiales para la comprensión de la manifestación cerámica de El Carmen", proyecto apoyado por el Programa Municipal de Estímulos del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral, 2024.
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