
La cerámica de El Carmen ha sido un asunto de familia. En primer lugar, porque comúnmente ha sido la unidad base para la fundación de fábricas, empresas y talleres, en segundo lugar, porque en muchos casos el conocimiento se ha transmitido como una herencia de padres a hijos, y finalmente, porque por medio del oficio muchos carmelitanos conformaron la suya. Emilio Cardona Quintero ejemplifica claramente todas estas cuestiones.
Nació del matrimonio de Rafael Cardona Muñoz y Ana Joaquina Quintero Toro, ambos trabajadores de la cerámica que se conocieron en las antiguas fábricas. Él era tornero, ella listeadora y decoradora en una época en que este oficio no había alcanzado la especialización que conocemos en nuestros días. Ella trabajó principal pero no únicamente en Cerámicas Kiramá y él en Cerámicas Medellín, fábricas ubicadas en el sector Las Partidas, de la vereda Campo Alegre.
Desde niño acompañó a su padre en la fábrica, especialmente en los días de vacaciones de la escuela; cuenta que lo hacía por irse a jugar, pero terminaba ayudándole y esa era la manera como se aprendía en ese tiempo y al terminar sus estudios de inmediato empezó a trabajar: “Primero nos colocaban a hacer trabajitos por ahí, de ayudantes en los tornos, o moliendo piedra en la batería y varios oficios por ahí. Y ya uno iba aprendiendo, porque eso está en uno mismo, si uno se interesa, aprende fácil”. Así se resume su etapa inicial en el oficio y lo que derivó en su desarrollo como ceramista de un modo integral: trabaja el torno, hace moldes, atiza el horno y conoce y entiende lo esencial para seguir activo después de más de 50 años de trayectoria en la que pasó por las fábricas Kiramá, Continental y el taller que fundó junto a su padre y hermanos, donde permanece actualmente: la Fábrica de Materas Los Cardona.

Reproduciendo el ejemplo de sus padres, a su paso por Cerámicas Continental, le debe el haber conocido a su esposa, Marina Ramírez Zuluaga, con quien se casó y formó su propia familia. Regresó a trabajar a Kiramá un tiempo más, pero, para aquellos días, la producción y comercialización de loza empezó a decaer: “Ahí fue donde nos dio por salirnos. Mi papá se pensionó y con lo poquito que tenía ahorrado y negociando unas cosas de la fábrica que nos servían para montar el taller en la casa, empezamos”. Como en la familia sabían el arte, se encargaron de organizar todo el entable. Por ejemplo, su hermano Uriel que era modelador se encargó de la moldura, hicieron estuches para la quema de las piezas y con la ayuda de Clemente Betancur hicieron el horno que ahora tiene unos 42 años de funcionamiento, pues el taller se fundó en 1982.
Por tradición y porque era lo que conocían y sabían hacer, el naciente taller se hizo para producir loza, toda la moldura era para sacar vajillería; sin embargo, desde muy temprano fue imposible sostenerlo. Y aunque hubo quien quisiera llevarse la mercancía, lo hacía si era fiada a un plazo de 60 días, con lo cual no había ninguna posibilidad de mantener el taller. Emilio cuenta que, por fortuna, en ese momento hubo alguien que les mostró una opción de trabajo distinta sin necesidad de hacer muchas modificaciones al taller: “Uriel, el hermano mío, trabajaba en Sabaneta con un primo en un tallercito de materas. Él se iba y se quedaba por allá toda la semana, y venía los fines de semana. Se venía el viernes por la tarde y al otro día se iba a ayudarnos a nosotros arriba [al taller] a hacer moldura y a hacer muchas cositas. Entonces ese muchacho, el primo de nosotros, fue el que dijo, ‘hombre, vea don Rafa, haga esto y esto’. Y mi papá sin saber qué hacer y sin plata”. En una cuestión sin salida, la familia Cardona no tuvo otra alternativa que poner fin a la producción de loza y transformar su modo de relación con la cerámica a través del barro.

Así fue que el taller de la familia Cardona (fundado en pleno decaimiento de la producción de loza), empezó a producir materas de barro de una sola quema. Como ya tenían montados los tornos, únicamente tuvieron que reformar las cabezas para hacerlas más grandes y producir toda la moldura para las nuevas piezas. Lo más difícil de empezar con esta línea de producción fue encontrar clientes, incluso por la consideración general de la tradición carmelitana que para la época asimilaba mayoritariamente los productos del municipio con la loza. Pero la misma persona que les dio la idea de producir materas les dejó un par de clientes en Envigado. Emilio y sus hermanos trabajaron con su padre 21 años en el taller, hasta que la salud le permitió acompañarlos, pero fue tiempo suficiente para hacer de su apellido una referencia significativa de la cerámica de El Carmen. Emilio cuenta que la loza que alcanzaron a producir recién fundado el taller la dejaron arrumada en un rincón y al final se vendió de a poquitos hasta con los estuches que habían fabricado, dejando así el camino despejado al nacimiento y la consolidación de una tradición dentro de la cerámica del municipio: el barro de una sola quema.
Aunque son escenarios de producción y técnicas distintas, puede afirmarse que la cerámica de una sola quema, de entrada, simplifica aspectos del proceso con relación al de la fabricación de loza, esencialmente porque las piezas no se esmaltan ni se queman dos veces y por el terminado de las mismas. Sin embargo, suele pasarse por alto cosas tan importantes como la salvaguardia de conocimientos y oficios del proceso de producción tradicional de la cerámica, toda vez que se deriva de ella, pues las materas y la loza comparten la misma matriz de surgimiento, aunque con matices distintos; y, por otra parte, el grado de especialización y la atención de otros aspectos, que requiere el trabajo con el barro.

Emilio sabe que no se puede entender el oficio separándolo por partes, por el contrario, hay una condición de complementariedad que determina los resultados y hay que prestar mucha atención a determinadas cuestiones del proceso, por ejemplo, si bien para hacer materas solo se necesita barro, hace falta conocer sus propiedades y comportamiento. Si tiene mucha plasticidad, al momento de la quema se consume la pieza, pero si el barro es muy arenudo las piezas no endurecen bien y quedan como cocas. Por eso, para Emilio la esencia artesanal se expresa en la malicia, las ideas y la experiencia: “Uno mismo en la torneada va sabiendo. Hay veces que uno coge el barro y es muy áspero y usted hace una pieza y la saca afuera y al ratico empieza a caponearse por los lados. ¿Eso qué es? Le falta greda. Entonces ya uno más o menos le merma. Es conocer el barro”. En este caso, cuando Emilio habla de “conocer” no se refiere a memorizar y aplicar un procedimiento para hacer que el barro se adecúe al trabajo, sino a una percepción desde el tacto y una comprensión del comportamiento del barro mismo en el torno y el horno.
A pesar de la intuición que favorece la experiencia con las materias primas, ensayar y sacar muestras es una actividad permanente que se complementa con el proceso de quema que debe hacerse subir de manera pareja por todas las partes del horno para poder garantizar la calidad de las piezas. Dependiendo del barro, en el taller de la familia Cardona, a veces hay que mezclar hasta tres clases distintas, por eso es un tema de mucha atención que determina las condiciones de los productos.

Las materas de la fábrica de los Cardona, llevan el sello del esmero y la perseverancia, de años de desarrollar su arte y de ganarse un lugar en medio de la influencia tan marcada de la producción de loza del municipio. La transformación del barro le aporta a esta cultura artesanal, en términos del fortalecimiento de sus saberes, a la difusión y a la consolidación de la vigencia que tiene El Carmen como un municipio de tradición ceramista.
En tiempos en los que las condiciones están dadas para que casi cualquier persona haga cerámica (por la facilidad de conseguir insumos preparados y productos casi terminados), Emilio piensa que el ser ceramista también se ha transformado: no es lo mismo vivir el oficio del modo en que lo hicieron personas como su padre y los demás ceramistas de su época, a desarrollarse en un entorno como el actual con condiciones más favorables y donde las personas no necesitan tener muchos conocimientos sobre materias primas o procedimientos de la producción que significaban un grado de relación muy estrecho entre los artesanos y el oficio.

Emilio afirma que desempeñarse como ceramista es algo que la vida le dio: “Uno nace para esto. Yo me siento orgulloso de ser ceramista, es un arte que no es para todo el mundo, pero a uno le gusta eso y es el arte nuestro aquí en El Carmen. Uno ocupa un puesto ahí. Uno sí debe sentirse importante en la cerámica porque uno ha ocupado un puesto en su historia”. A menudo, recibe el cariño que la gente le brinda cuando visita el taller o cuando ve su trabajo y lo transforma en bondad para entregarlo a los demás, le satisface el reconocimiento recibido por lo que hace, se siente orgulloso de eso y se conmueve con la admiración que despierta en todas las personas que llegan a buscarlo a él y a su familia. Por estas razones siente que no ha perdido el tiempo, valora todo lo que ha aprendido y conserva el gusto y la pasión para seguir desempeñándose en su oficio.

Se puede hablar de Emilio de manera individual, pero es imposible entender su vida sin el papel de su familia, por eso, por lo general él habla en plural refiriéndose siempre a lo que ha vivido y a lo que hace con cada uno de ellos. Tiene claro que trabajará en el taller hasta que pueda hacerlo; mientras tanto le sigue dando forma a las piezas que, combinando el trabajo de su familia, enaltecen la parte de la cerámica del municipio que conserva del modo más intacto los saberes que desarrollaron los pioneros del oficio y que son la mejor representación del estilo y la forma de producción tradicional de la cerámica carmelitana que, siguiendo a Jorge Luis Borges, es la imagen que concreta las dichas de un pasado. En la figura de Emilio, en toda su persona, se aprecia la fuerza y el amor por lo que hace. Mientras trabaja en el torno y amasa el barro, en sus manos, la eternidad vacila, es belleza y el mejor modo de representar los saberes artesanales de la cultura ceramista de El Carmen.
Julián González Ríos
Sociólogo.
Este escrito forma parte de una serie de relatos elaborados en el marco de la investigación "Voces del pasado presente: materiales para la comprensión de la manifestación cerámica de El Carmen", proyecto apoyado por el Programa Municipal de Estímulos del Instituto de Cultura El Carmen de Viboral, 2024.
Comments