
El día de hoy, después de cuatro años de la ausencia de Carlos Jiménez, quisiéramos honrar su memoria, pero sobre todo recordarlo a través de aquello que con tanto aprecio cultivó durante tanto años: su escritura y su biblioteca.
Las bibliotecas personales son seres curiosos, nos preocupamos tanto de su organización como de su contenido, pero con el tiempo adquieren una vida que no es más que la extensión de quien cuidadosamente la cultiva. Tenemos en nuestra biblioteca diferentes tipos de libros: los que nos gustan tanto que volvemos a leer, los que nos gustan pero que solo los conservamos para, al pasar la mirada por su lomo nos recuerde aquel pedazo de felicidad, también están los que no hemos leído pero tienen títulos seductores y aquellos que nuestros familiares y amigos nos han recomendado. Todo esto constituye en esencia lo que somos o lo que nos gustaría ser.
Es por esto, que luego de varios años, hemos encontrado una forma muy particular de conocer cada vez con mayor profundidad la esencia de Carlos Jiménez. Creemos que a través de la biblioteca que donó al Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral y por ende a todo su municipio, hay claves escondidas que nos llevan a desentrañar el pensamiento que cultivó con su escritura. No hay una forma más sutil y a la vez más transparente de conocer a alguien que a través de sus gustos más íntimos. Reconocemos en esta biblioteca que hoy mora en la Casa de la Cultura un ser íntegro y sin comparaciones.
Desafortunadamente, seguimos en deuda con su memoria. Si bien fue un escritor prolijo y con una obra abundante que va desde la poesía hasta la dramaturgia, un abogado y Procurador de la Nación con una ética incuestionable, su obra permanece aún sin el reconocimiento que merece. Nos falta aún mucho pensamiento crítico para entender todas aquellas reflexiones que hizo sobre este país, al mismo tiempo estamos desprovistos del sentimiento de arraigo por nuestro hogar, por nuestro pueblo que nos permita entender toda la saudade con la que recordó a este municipio ingrato.
El grupo de Vigías del Patrimonio y el Grupo de Estudio Centro de Historia quiere decirle a los carmelitanos y a todos aquellos a los que llegue este mensaje que creemos que algún día el legado que dejó para todos nosotros Carlos Jiménez, será conocido y no habrá más que marcar un precedente de un hombre que fue de todas las formas posibles un eco sutil de la claridad, la ética y la belleza.
Queremos, con los siguientes dos escritos, enaltecer todo lo que en vida fue para nosotros Carlos Jiménez Gómez
¿QUIÉN ES? CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ
Breve retrato biográfico del Doctor Carlos Jiménez Gómez
¿QUIÉN ES? CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ. Nace en el Carmen de Viboral el 11 de septiembre de 1930. Hijo de Carlos Amador y María Jesús. Su Bautizo se realiza el mismo día del nacimiento por el Padre Ruperto Betancur; fueron sus padrinos Alejandrino Jiménez y Ana de Jesús Gómez; sus abuelos paternos José María Jiménez y Emiliana Gómez y los maternos José María Gómez y Concepción Ramírez.
A los cinco años hace su kínder con la Señorita María Gómez Gallo; entre 1937 y 1941 cursa sus estudios primarios en la Escuela de Varones de El Carmen; en 1942 inicia sus estudios secundarios en el Instituto Caldas, fundado y regentado por Don Ramón Antonio Giraldo; en 1943 pasa al Seminario Conciliar de Medellín, por un período de cuatro años; concluye el bachillerato en la Universidad pontificia Bolivariana en 1950. Entre 1951 y 1955 cursa sus estudios profesionales de Derecho.
Se desempeña por cinco años como profesor de Derecho Internacional Público y de Derecho colectivo del Trabajo en las Universidades de Medellín y de Antioquia. En el año 1960 trabaja en la jefatura de la División de asuntos sindicales y rama técnica del Ministerio del Trabajo; en 1961 está como Secretario General de la Gobernación de Antioquia, donde también ocupa el cargo de Gobernador encargado; en el transcurso de los años 1963 y 1965 se encuentra como Secretario General del Ministerio de Fomento, donde actúa también como Ministro encargado. En 1972 es miembro de la comisión asesora de la Cámara de Representantes para la elaboración del proyecto de ley sobre el nuevo código de régimen político y municipal, es ponente ante la Cámara de la parte sobre administración municipal.
Ha actuado como conjuez de la corte electoral. Entre septiembre de 1982 y septiembre de 1986 preside la labor de Procurador General de la Nación, cargo que genera sacudidas por su eficiente desempeño y la integridad moral con la que actúa. Su participación como aspirante a integrar la Asamblea Nacional Constituyente de 1991 se convierte en uno de los últimos episodios de su vida pública política, pues, a más de haber sido sometido al ostracismo y absoluta desprotección por el gobierno y la clase política, al salir de la Procuraduría, él asume por su propia voluntad silencio absoluto durante 15 años: “…Nadie en tan largo tiempo me ha oído hablar de todo aquello –la época, los episodios, los personajes. Siempre guardé sobre todos ellos un silencio total. No quería alardear de ciertas cosas ocurridas entonces”. Su ejercicio profesional como Abogado Litigante continuó como la columna vertebral de su desempeño laboral, siempre que sus actuaciones como funcionario no se lo impidieron.
Forma su hogar con la Señora Marta Luz Posada Uribe en mayo de 1964 y tres hijas. Sus múltiples tareas no menguaron el afecto, el cariño y dedicación a los suyos como hijo, esposo y padre, como tampoco su dedicación al cuidado del jardín.
Tras varias visitas a su pueblo natal, oficializó en el año 2017 el acto de su magnánima generosidad para con su pueblo natal, donar su biblioteca personal, como su más grande patrimonio material a sabiendas de que fue un acto de consciencia al construir, año tras año, esta heredad, pues en su SER se anidaban reflexiones como: "...pensando que las profesiones de verdad son mentales o no son nada, escogí el camino del Abogado que escribe, al mismo tiempo que el del escritor que trabaja. Completamente ajeno a la noción de mercadeo y a las antesalas de los periódicos, nunca llegue a posicionarme como escritor y debí contentarme con escribir páginas y páginas solo para mis parientes y mis amigos. Pero un amigo muy inteligente me decía, y con razón, que no escribimos para los periódicos y los kioskos de revistas sino para las bibliotecas, a donde llegará un día la historia a hacer su balance, preguntando por lo ocurrido y por la manera como lo vimos y vivimos sus contemporáneos."
En esos pensamientos se fortalece el tesoro que deja a sus paisanos. Su biblioteca como patrimonio especial: los libros del doctor no son simples libros, son en expresión de él “unos seres vivos que le hablan”, que lo acompañan, que lo nutren, que los disfruta. ”(...) Cuando cae la noche voy a mis soledades… de espaldas a la lucha llamo a la poesía en mi rescate. Le pido que mitigue mis oídos y que me desempañe mis pupilas. Mañana será otro día, me digo: hoy, ahora, a reposar a solas con mis libros”… (Regreso al Hogar).
Fallece en Bogotá, el 16 de Enero del año 2021, para consternación de sus familiares y amigos y, precedido por un desolador silencio de los grandes medios, de la clase política y del gobierno.
Acerca de su SER
Este breve retrato biográfico del Doctor Carlos Jiménez Gómez dice de algunos acontecimientos en el transcurrir de su vida, importantes por cierto, en los ámbitos de su devenir personal, pero, sigue sin resolverse la pregunta: ¿Quién ES Carlos Jiménez Gómez?
Acostumbrados como estamos de lo que hemos aprendido de nuestra cultura, la definición de SER la asociamos al TENER y al HACER, a tal punto que, cuando intentamos decir quiénes somos, nos topamos diciendo qué hacemos, de quiénes somos, dónde vivimos y muchas veces qué es lo que tenemos y, en los últimos tiempos aquello intimidatorio de que “Usted no sabe quién soy yo”, haciendo alarde de un poder violento y delictivo.
Son interesantes los análisis que hace Erich Fromm, en su libro “Tener o Ser” en relación con la definición de esas dos categorías conceptuales; en cuanto a lo que denomina la orientación de ser dice que: El modo de ser tiene como requisitos previos la independencia, la libertad y la presencia de la razón crítica. Su característica fundamental es estar activo, y no en el sentido de una actividad exterior, de estar ocupado, sino de una actividad interior, el uso productivo de nuestras facultades, el talento, y la riqueza de los dones que tienen (aunque en varios grados) todos los seres humanos. Esto significa renovarse, crecer, fluir, amar, trascender la prisión del ego aislado, estar activamente interesado, dar.
Decía Fromm que sólo abandonando el modo de tener, donde nos aferramos a las pertenencias, al poder, al prestigio y a nuestro ego, puede surgir el modo de ser. Para ser, es necesario evitar el egoísmo y el egocentrismo, pero para muchos esto es dificultoso, renunciar a la orientación de tener les provoca angustia, sin llegar a percibir que al dejar de apoyarse en las propiedades pueden empezar a utilizar plenamente sus fuerzas y caminar por sí mismos. Por este sendero conceptual: Si yo soy lo que soy, y no lo que tengo, nadie puede arrebatarme ni amenazar mi seguridad y mi sentimiento de identidad. Mi centro está en mí mismo; mi capacidad de ser y de expresar mis poderes esenciales forman parte de mi estructura de carácter y depende de mí. Los poderes de la razón, del amor, de la creación artística e intelectual, todos los poderes esenciales aumentan mediante el proceso de expresarlos.
Desde este brevísimo marco conceptual, llega la conclusión de que es preferible escuchar al propio Carlos que dice cómo es su ser, cómo lo percibe y cómo logra SER LO QUE ES ÉL, esbozado en su libro: “Testigo del Diluvio”:
"Pertenezco al sindicato invisible de los abogados que escriben, esos que al lado del código manejan la novela, el poema, la reflexión sociológica o la investigación histórica; y que, sintiéndose no menos escritores que abogados, se precian de tener de los poemas político-sociales y humanos un concepto integral y más alto, pues que sus inquietudes miran tanto al horizonte plano de las realidades de cada día como al abismo de los grandes interrogantes del hombre y del destino.
Cuando en 1950 terminaba en la Bolivariana de Medellín el bachillerato, me llegó la hora de escoger entre la vida literaria y la rutina profesional. Yo había soñado con ser escritor y ese era mi único proyecto; lo demás no me interesaba, o me interesaba sólo en segundo plano. Pero, ensayista de vocación como me he sentido desde el principio, y a la hora de la verdad más racional que emotivo, miré con desconfianza la perspectiva de un futuro incierto, en un país en el que la vida intelectual era una posibilidad todavía incipiente. Por entonces dejé casi totalmente la poesía, que había cultivado intensamente en mis primero años, y eché por el camino de la universidad, dispuesto a continuar irremediablemente mi actividad intelectual desde el escenario corriente de mis contemporáneos.
Nunca me arrepentí, especialmente por una razón que me ha reafirmado en mi terreno propio: porque detesto la literatura de las divagaciones oníricas, mientras que el contacto con el barro de las calles puede infundir una cierta densidad a nuestros planteamientos, comunicándoles una carga de profundidad que, en mi caso, debo no a otra cosa que a mi distancia frente a todas las manifestaciones puramente literarias y decadentes. No me arrepiento. Nadie puede decirlo de otro. Nadie puede decir lo de uno. Cada cual planta en la llanura inmensa su tienda o su rascacielos. Allí hay espacio para todos. La vida y el mundo tienen un fondo oscuro, inexpresable e inagotable, y el esfuerzo de todos por aprehenderlo constituye la gran lucha de la cultura. De la creación prefiero el concepto psicológico sobre el sociológico: tratar de crear para justificarse ante sí mismo, no con un sentido de campeonato o competencia. Para cada cual hay su párrafo a la espera. Hay que ir a rescatarlo.
No hay una Antioquia sino varias: la cafetera del suroeste, la minera del nordeste, la de occidente y la costa de Urabá y la medieval y montañera del oriente. Las dos primeras, muy homogéneas, dieron a luz el estereotipo paisa; la tercera es bien distinta, desvanecida, discreta. El oriente antioqueño ha sido históricamente la morada natural de las grandes tradiciones. Si ese oriente hubiera dicho todo lo que piensa y siente, qué cosas las que habría dicho. Pero no, hay que reconocerlo. No ha dicho mayor cosa.
Allí nací, en El Carmen de Viboral, la tierra de la cerámica, en 1930, y allí viví hasta cuando empecé mi bachillerato. En ese pueblo oscuro y frío que llevo en el alma, un terminal de carretera entonces atrasado, olvidado de la clase política, centro agrícola y fabril de grandes problemas sociales, viendo a la gente darse golpes con la pobreza, se hizo mi tesonero sentido de la vida. Esa es la greda con que fui amasado y que después llegó a representar para mí toda la problemática de nuestra democracia. Me hice fervoroso seminarista a los doce años y viví cuatro años de griegos y latines que recuerdo con emoción y con agradecimiento. Traduciendo a Cicerón, a Tácito y a Tito Livio aprendí a amar la historia y la política. Virgilio y Horacio me enseñaron el culto de la poesía, sin el cual no podría explicarme ni a mí mismo, ni el sentido de la vida. Horacio es desde entonces uno de mis poetas preferidos; él es el príncipe de la poesía sapiencial; en él bebí mi predilección por la poesía profunda, la de los grandes oráculos, la de las grandes lecciones de la vida. Me hizo feliz un tiempo después encontrar en los “Retratos Literarios” de Sainte-Beuve una de las más bellas alabanzas que nos puede ser dado leer, a propósito de la Oda XIV del libro II, en la que Horacio evoca con tristeza las cosas que nos será preciso abandonar a la hora de la muerte (la tierra, nuestra casa, la esposa amada), para agregar a la de la Oda esta suya personal: “Una de las más duraderas y más estimadas cosas de la vida declinante, la de leer a Horacio y a los antiguos. Llegará la hora, seductor poeta, en que ya no te leeremos más”.
En el mes de julio de 1951, el primero de mi carrera de abogado en la Universidad de Antioquia, Fausto Cabrera montó en el desaparecido Teatro Bolívar, con su compañía de teatro experimental, una obra mía titulada “Cuando los Generales Vienen”, centrada en el tema de la segunda guerra, porque en aquellos días en que la violencia colombiana apenas empezaba, eran las crueldades de la violencia mundial las que nos erizaban. Por razones históricas, los de entonces nacimos volcados con los cinco sentidos hacia el doloroso drama humano de nuestro tiempo. En aquella escuela encontré cómo darle cuerpo tangible al humanismo militante que me habían enseñado la filosofía, la historia, el arte y la literatura y que yo había empezado a convertir en la gran fuerza inspiradora y materia prima de mi trabajo: mis primeros versos, mis primeros ensayos, mis primeros trabajos de teatro. Desde entonces, siempre he tenido al hombre de carne y hueso, su entidad temporal y concreta, como el centro y la medida de la vida política y social. Las abstracciones las estadísticas, las instituciones no han contado para mí sino en función de la persona humana. No fue después una improvisación sobre la marcha esta obsesión intelectual y profesional. Eso estaba vivo en mí y en mis amigos desde nuestros más remotos orígenes. Habernos mantenido alejados de la acción contaminante de la política hizo posible mantener intacto este legado de nuestros mayores. Lo habíamos bebido en los grandes textos de la filosofía cristiana, primero, y luego en la poesía de Neruda y de Vallejo, en la literatura de la guerra civil española, en el muralismo mejicano de Rivera, Orozco y Siqueiros y en los frescos de Pedro Nel Gómez.
La prédica mesiánica del marxismo y la meditación de la persona humana planteada por el existencialismo fueron factores nuevos en este aprendizaje al servicio del hombre. En la lectura apasionada de Jean Paul Sartre de la segunda guerra aprendimos la lección del compromiso, como expresión concreta de la fidelidad que el escritor debe a la condición humana frente al desarrollo de sus hechos contemporáneos, y que le impone hacer de su literatura una forma de militancia para defensa de sus fueros más inalienables. A la par que nos alejaba de la poesía pura y del arte abstracto como manifestaciones de un sentimiento de evasión y de vanguardia, este concepto nos lanzaba hacia la poesía y la pintura social, dando a nuestro incipiente humanismo un contenido moral-político; al mismo tiempo, reforzaba en nosotros una explicable aversión a la política, el oficio político y la clase política, cuya responsabilidad en el guiñol de la violencia empezaba a imponerse a nuestro ojos como una realidad todos los días más evidente. Basta entender a distancia la naturaleza del arte de la política para darse cuenta de que la máquina del mundo se pararía si se la encorsetara férreamente con el engranaje de los principios; pero, si bien ello es así por una imposición inevitable de los hechos, también es cierto que las cosas, todas las cosas, deben tener un límite, y este límite hace inaceptable la transgresión de normas que ninguna civilización vacilaría en calificar de fundamentales. Ninguna política puede manipularlas para ampliar el radio de acción de la razón de estado.
La política no llegó a cautivarnos finalmente, blindados como estábamos por una vida intelectual intensa, contra el panorama deprimente del proselitismo lugareño y su elenco de caciques y clientelas y ante el asedio que sobre la seguridad de todos empezaba a significar la peligrosa dialéctica del bipartidismo. De esa amarga experiencia de colombianos rasos salimos armados con una visión incurablemente crítica sobre nuestra clase dirigente y su obsecuente clase política y de un anhelo hondo de solidaridad y defensa de nuestro pueblo. Pero las cosas nunca pasaron del plano íntimo personal. La oportunidad no se había presentado.
En la Facultad de Derecho y cuando aún no se habían fundado las primeras Facultades de Sociología, el Maestro B. Mantilla Pineda nos impartió una enseñanza fundamental para nuestra sed de bucear y penetrar en la vida del país: sus lecciones han sido siempre una guía esencial para movernos por el mundo de la política y de la historia. En Antioquia debemos a este auténtico pionero una vocación decidida hacia los más amplios panoramas de la cultura. Un magisterio más quiero destacar. Es el de Fernando González. Su autenticidad personal de una vida fue toda una cátedra. La autenticidad es un instinto de conservación moral que nos pone a salvo de los peligros de la claudicación. El suyo fue para nosotros un imperativo que no pudimos desatender. Mi encuentro con él constituyó para mí toda una revelación. Se le tenía apenas por humorista y panfletario, pero con mis páginas contribuí a reivindicar un pensamiento filosófico que no había sido comprendido. Profeta de grandes atisbos y sugestivas anticipaciones, él sigue aún guardando ricos filones para sus nuevos lectores, que encontrarán en él al pensador más importante que haya dado nuestro país a todo lo largo de su historia.
No era poca cosa todo este bagaje. Con él me di al camino por los desfiladeros de la vida."
Hablar del doctor Carlos es hablar de un patrimonio; ese patrimonio que constituyen su ser, su saber, su familia y su biblioteca. Ese ser que trasciende, ese ser que emana una esencia de arraigo, de pertenencia, de integridad, ese algo, que en pocas personas se encuentra; donde quiera que él esta siente orgullo de estas montañas carmelitanas por la savia con que lo alimentaron y dieron vida a su SER. En él se integran de una forma muy especial elementos que lo definen en su trayectoria de vida personal y de hombre público, porque el doctor Carlos supera cualquier división de ideología política partidista o de lo que sea. En su saber se integran diversas disciplinas por las que se llega a la esencia de lo que es el ser humano: la poesía, el teatro, la literatura, la psicología, la sociología, la filosofía y la historia, entre otras, reflejadas todas ellas en sus obras.
Un ser que trasciende lo local, lo regional y lo nacional; una persona a quien le cabe en su cabeza el país y la humanidad; en su “gran antología poética” esboza en plenitud esa visión de universalidad.
Como hombre, como amigo, como padre, es un ser íntegro, integral y visionario; en sus libros ha expresado todo lo que siente, piensa, lleva y visiona; un Humanista de tiempo completo, eso ES. No son ajenos en su obra la gente del común y sin rostro, el campesino migrante confundido en la ciudad que lo apabulla, y lo aturde, perdido en sí mismo, sus recuerdos, en todo aquello que aprendió en el campo y que necesita acomodar o superar para sobrevivir en la urbe; las nostalgias de tiempos idos con principios, prácticas y valores y, a su vez, los remordimientos que generan en él las contradicciones entre lo que fue y no quiere dejar de ser y aquello que está siendo en la vida que lleva. Para nada le son extraños los interrogantes, confrontaciones, alegrías y decepciones que trae la vida en el trayecto del nacer al morir; incluido el variado bastimento y la dotación de herramientas con las que ha de descubrir y alcanzar la realización de su SER, he ahí a Dios y todas las prácticas con que lo han equipado; Carlos se desenvuelve, en esencia, en todo aquello que le incumbe a la persona humana, teniendo muy claro lo que la vida dijo: …”Me calumniáis, os aseguro. Yo no prometí nada a nadie. Allá vosotros con vuestros sueños. Fuisteis vosotros los que llenasteis de humo vuestras cabezas... con sangre nueva entre las venas os hicisteis vosotros mismos grandes promesas, … ¿Tengo acaso la culpa, de vuestra decepción y de vuestra fatiga? Yo no soy nada. Apenas el nombre con que bautizáis el contenido de todas las cosas. ¡La Vida! ¡El Destino! Palabras… palabras huecas. Yo soy apenas el tablero en blanco donde el escolar va escribiendo sus anhelos y el anciano borrando sus proyectos fallidos. De nada me echéis la culpa. Yo os veo luchar y sumo y resto impasible en la cuenta de vuestros merecimientos. No me cantéis, no me lloréis, no me beséis a mí. Plañid, reíd, celebraos a vosotros mismos”. (Campesino en la ciudad)
Nos queda a nosotros una tarea muy especial: la de lograr que realmente quienes hemos sido cercanos a él, quienes nos sentimos sus paisanos podamos valorarlo. No es fácil, muchas veces el encontrar el entusiasmo que una persona como el doctor pudiera despertar en cualquier comunidad, pero, se puede decir con gusto que hay, en El Carmen grupos de jóvenes de un talante muy especial, grupos de jóvenes que se pueden asimilar al grupo de jóvenes que conformó con algunos pares de su época y que lideraron procesos cívicos, culturales y educativos en El Carmen.
Es importante que en nuestro municipio se asuma, con gusto y entusiasmo, la tarea de dar a conocer y difundir lo que Carlos Jiménez es y puede llegar a significar para El Carmen, para Antioquia, para Colombia y para el mundo. Sorprende encontrar fuera del país un centro documental riquísimo, donde catalogan sus obras una por una, hablando incluso de cuantas ediciones han tenido y a cuantos idiomas se han traducido, eso es para sentir mucha satisfacción.
Es cierta la esperanza, de que en próximas generaciones de funcionarios y dirigentes de la municipalidad, logren conocer, comprender, difundir y seguir los pasos de la dimensión desde la cual Carlos camina y nos habla; que algún día, no muy lejano, se pueda disfrutar de ese legado que el Doctor Carlos Jiménez Gómez nos entrega.
Gracias a Él, a su Esposa, sus hijas y su familia.
Francisco Arnoldo Betancur Ramírez
Historiador, Centro de Historia
El Carmen de Viboral
EL PROCURADOR INCOMPRENDIDO
El país que pululaba en las calles y en los campos a comienzos de los años ochenta se sorprendió con el actuar de un hombre que desde la institucionalidad hablaba un lenguaje distinto, desacostumbrado para la nación que venía de padecer el estatuto de seguridad de finales de los setenta y los primeros años de los ochenta. La ciudadanía escuchaba perpleja que un funcionario denunciaba y castigaba hechos de corrupción, violación de derechos humanos por parte de integrantes de la fuerza pública y reclamaba por el respeto del ser humano. Osuna, el gran caricaturista lo hizo uno de sus personajes preferidos, mostrando el actuar de una institución que hasta ese entonces la mayoría de los colombianos no sabíamos que existía y menos para qué servía.
Fueron famosas las pesquisas que adelantó la Procuraduría para desentrañar los misterios que rodeaban un nuevo fenómeno de violencia que se asomaba con fiereza al que denominaban “muerte a secuestradores” MAS. Cuando se conoció el informe acerca del origen de aquel grupo y sobre quienes colaboraban en su conformación y funcionamiento, desde una parte del estamento oficial, empezando por el castrense, se desdeñó el informe tildándolo de irresponsable por cuanto difamaba de las fuerzas armadas, esto a pesar de que el Procurador había explicado que se trataba de algún personal de esas fuerzas que actuaban de forma desviada. También mencionó la participación de particulares y entonces fue Troya. El estamento de poder acostumbrado al tapen, tapen, del que hablaba el Procurador, entró en ira y enfiló filas en contra de este funcionario. La gente del común en cambio empezó a simpatizar con este tipo de actuaciones. Por fin alguien desde la institucionalidad vetusta de la Constitución de 1886, se atrevía a actuar en defensa de la población abandonada a su suerte en campos y ciudades. El ciudadano del común encontró a su defensor y vocero. Los paramilitares era la expresión de un país en crisis.
En los cuatro años de su periodo el Procurador Carlos Jiménez Gómez demostró que más que la norma, prevalece la voluntad de realizar las cosas y defender el imperio de los derechos de la ciudadanía. Por esos años habló de una Procuraduría de bolsillo, simbolizando su cercanía con el ciudadano, el de a pie, como lo sostenía Jiménez Gómez, en la que se hacen efectivos sus derechos al tiempo que se lucha en contra de la corrupción y se afianza el concepto de justicia para todos. El clamor ciudadano halló eco en la Procuraduría de Opinión, como nunca la inconformidad encontró un espacio desde la institucionalidad.
Carlos Jiménez Gómez fue un visionario, un estadista anticipado a su tiempo, poco comprendido por muchos, pero aceptado por la gente del común. La clase dirigente entendió la dimensión de aquel “loquito” que emergió desde la nada para bien de la ciudadanía reclamando por el respeto de los derechos. Los servidores públicos empezaron a temblar porque por fin se les investigaba y sancionaba, las fuerzas oscuras que avasallan por doquier lo vieron como una amenaza para el statu quo. Fue un visionario porque supo anticipar muchas cosas de las que sucedieron con el tiempo, por ejemplo, lanzó su voz de alerta frente al surgimiento de un nuevo actor armado: el de los paramilitares. Me llama la atención que ahora algunos prediquen que ese fenómeno se circunscribe a la época de Jair Klein, dejando de lado los antecedentes del MAS, peor aún, que soslayen las advertencias que se lanzaron desde la tribuna del Procurador General al solicitar prestar atención a ese nuevo actuar de inadaptados. Lastimosamente su voz de profeta no fue escuchada y hemos tenido que padecer semejante violencia que nos avergüenza ante el mundo.
En aquellos años ante el despacho del Procurador General se acercaban los guerrilleros amnistiados en el proceso de paz de Belisario Betancur y lo hacían con confianza, parecía que sobre esa antiquísima institución descansaran las esperanzas de muchos colombianos de bien, ansiosos de contribuir a la existencia de un país en paz y prosperidad. Los problemas sociales que traería la agudización del conflicto fueron anticipados por la mirada futurista del Procurador General de la Nación. Recuerdo que algunos militares y servidores públicos, al sentir el severo ejercicio del control, al que no estaban acostumbrados, empezaron a hablar del “síndrome de la Procuraduría”, expresión que recogía la percepción de que se estaba siendo efectivo en la lucha por la moralización del país y, sobre todo, por el cambio cultural que demandamos desde hace mucho tiempo.
En las intervenciones del doctor JIMÉNEZ GÓMEZ desde múltiples escenarios del acontecer nacional, se le escuchaba hablar con autoridad acerca de la necesidad del “control social”, indicando que ese era el verdadero control que debía ejercer el ciudadano de a pie para evitar que los corruptos siguieran asumiendo puestos de liderazgo. Esa posición no fue entendida y se pensó que proponía sanciones por parte de la sociedad, dejando de lado el debido proceso, la presunción de inocencia, el derecho a la defensa. Cuan equivocada se encontraba aquella sociedad que no entendió que lo que perseguía era la formación de una sociedad civil participativa, estricta en el control de las actividades de los gobernantes y exigente a la hora de votar y exigir resultados. No era otra cosa que la que ahora reclamamos en diferentes escenarios; la formación política del ciudadano para que ejerza el control sobre la actividad pública que debe empezar a cumplir, desde cuando escoge por quién votar y lo hace a conciencia, sabiendo las calidades y trayectoria del candidato. De igual forma que cuando da la espalda al gobernante que no cumplió con las promesas hechas en campaña o defraudó a sus electores.
Los sucesos que se presentan todos los días en nuestro país le hicieron reflexionar acerca de que somos un país de veinticuatro horas, efectivamente tenía la razón, los escándalos se suceden a cada instante, se dice que tocamos fondo para que luego otro suceso nos haga retractar de lo dicho y así vamos, de tumbo en tumbo, olvidando el ayer con facilidad inusitada, incluso las promesas de votar mejor en la próxima ocasión. La degradación del conflicto la supo anticipar de forma admirable, previno del abuso de autoridad, alertó sobre los homicidios acaecidos en las más importantes ciudades del país que tenían como víctimas a ladronzuelos, prostitutas, homosexuales, indigentes, drogadictos, en una “operación limpieza” que sustituía a la justicia. Muy pocas voces respaldaron esa denuncia y asistimos a la proliferación de homicidios de este tipo, a esta clase de hechos se les conoció como “manos negras”.
Habló de paz, abogó desde todos los espacios imaginables por la reconciliación y puso de moda aquella frase que predicaba que, al parecer, en nuestro país no regía una sola constitución sino dos, una conocida por la ciudadanía y que vendían en librerías y la otra, de uso exclusivo de las fuerzas militares, en la que se debía entender que los principios de supremacía de la Carta y Favorabilidad aplicaban no en favor del ciudadano sino del estamento castrense.
Avizoraba el papel que debía cumplir el ejercicio del control para legitimar al Estado, por ello cuando se le criticaba por manifestar que la labor de la Procuraduría era independiente a la del gobierno, a pesar de lo establecido por el artículo 143 de la Constitución de 1886, que establecía que el ministerio público se ejercería bajo la suprema dirección del gobierno, de frente y sin tapujos, sostenía que ello no podía ser por ser ajeno al ejercicio de control por cuanto, no puede realizarse esa tarea si se está bajo las órdenes del vigilado. La carta que dirige al presidente de la República es un ejemplo de ese talante e independencia de la gestión que le caracterizaron y enmarcaron el preámbulo de los órganos de control autónomos e independientes de la Constitución de 1991.
En todos los años que llevo laborando al servicio de mi querida Procuraduría General de la Nación, no he conocido que otro jefe del Ministerio Público se hubiera ocupado personalmente de redactar las providencias, como lo hacía JIMÉNEZ GÓMEZ en su máquina de escribir manual que sonaba incesante, produciendo providencias y confeccionando sus discursos. Doy fe que nadie nunca le elaboró un discurso, muy pocos podrían haberlo hecho debido a la profundidad de sus conocimientos en materia de filosofía, literatura y cultura general, además por ser un connotado escritor, poeta y conocedor de las dificultades por las que atravesaba la mayoría de la población colombiana. Era un hombre muy culto y sabio, tanto que me atrevo a aseverar, que su pensamiento no ha sido comprendido todavía en la actualidad.
Algunos hechos me llegan a la memoria en esos agitados tiempos entre 1984 a 1986, el primero fue el apoyo que le brindó a las comunidades indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta a quienes les ayudó con su gestión para dotar a un colegio del laboratorio de química. Años después me encontré con el cacique indígena, Vicente Villafañe, quien me comento al hablar del ex-procurador que su pueblo lo recordaba con agradecimiento por todo lo que hizo por ellos. Ese día me comentó que los tubos de ensayos, matraces, microscopios y demás elementos, tuvieron que llevarlos a lomo de mula por tres días y que aún estaban en buen estado.
En otra ocasión me correspondió llevar un oficio al comandante de las Fuerzas Militares en el que le alertaba de la detención de un estudiante en Medellín, le daba las características del vehículo y la patrulla que efectuó la operación, le expresaba que tenía las pruebas del hecho, sabía el número de las placas y tenía demostrado que ese vehículo pertenencia a uno de los batallones de la capital de la montaña, al final, utilizando un lenguaje respetuoso, preciso y vehemente, lo conminaba a ponerlo a ordenes de autoridad competente, en caso de que se le atribuyera la comisión de algún delito o, a dejarlo en libertad. El texto de la carta fue filtrado a los medios de comunicación, al enterarme de ello y en vista de que mi empleo de mensajero se encontraba en peligro, le comenté a Beatriz Suárez, su secretaria y ella le contó al Procurador, quien me interrogó sobre el hecho y después convocó a los periodistas que cubrían la Procuraduría y les leyó la carta, les manifestó que si querían copia se las entregaba, pero que tuvieran en cuenta que el estudiante todavía no había aparecido y que la publicación de la gestión adelantada podría poner en riesgo su libertad e incluso la vida. Los periodistas le agradecieron y no dieron a conocer la nota, dando ejemplo también de que en ocasiones el derecho a la información cede ante el derecho a la vida y la libertad. Ese estudiante fue dejado libre en una época en que los desaparecidos eran pan de cada día. Hoy, a pesar de que persiste el fenómeno, no se puede desconocer que ha disminuido. La formación de los integrantes de las fuerzas militares y de policía ha mejorado ostensiblemente, los cambios demoran en ocasiones demasiado, pero lo importante es que se van dando, contribuyendo a la profesionalización de nuestros militares y policías. Hoy la educación en derechos humanos es parte fundamental del currículo de formación de los cuerpos armados.
Pocos días antes de proferir la decisión de acusar al presidente de la República por la denominada retoma del Palacio de Justicia, la decisión es del 20 de junio de 1986, el edificio de la carrera quinta con quince se vio cercado por militares en gran número. La presencia de los soldados alertó al personal de seguridad del Procurador, le avisaron y de inmediato llamó al general Nelson Mejía Henao, pidiéndole que le informara acerca de esa presencia inusual e inesperada. A los pocos minutos la plazoleta del edificio fue despejada. Todos entendimos que se trataba de una maniobra para intimidar al Procurador General.
Debo confesar que jamás he conocido a un personaje más amenazado que el doctor CARLOS JIMÉNEZ GÓMEZ, le llegaban intimidaciones por correo a través de múltiples cartas, sobres con sufragios, coronas de flores, telegramas, llamadas telefónicas en que insultaban al que tomaba el auricular, sin embargo, nunca se arredró y continuó firme en sus convicciones de demócrata. En varias ocasiones me toco llevar coronas de flores, a las que previamente les quitaba el nombre del Procurador, a la iglesia de las nieves. Era un soñador que nunca dejó pensar en que vendrían tiempos mejores para esta atribulada Patria.
El discurso del profesor CARLOS GAVIRIA DIAZ, como homenaje a la gestión cumplida por JIMENEZ GÓMEZ habla de la entereza moral que le caracterizó. Lastimosamente el episodio aquel del diálogo en Panamá con algunos narcotraficantes por gestión del expresidente López y autorizado y consentido por el presidente de la época, episodio sobre el que guardó silencio y soportó con estoicismos los ataques de los múltiples enemigos, le dejó mal parado. Nadie le hizo caso acerca de la necesidad de entablar diálogos con todos los sectores generadores de violencia y propender un dialogo amplio, en la perspectiva de hallar caminos a la paz. Años después se realizó un proceso de paz con las autodefensas y se dejó de lado a los grupos insurgentes, después con estos sin considerar a aquellos, perpetuando un cúmulo de equivocaciones y egoísmos que no permiten que los colombianos nos entendamos.
Debemos consultar los documentos del procurador para comprender que después de más de treinta y cinco años de haber dejado su empleo de Procurador General, exactamente el 24 de septiembre de 1986, su pensamiento se encuentra más vigente que nunca. Lástima que no lo comprendimos en su época, de haberlo hecho muchos dolores y sin sabores nos hubiéramos ahorrado. Sin duda fue un estadista que no se perdió entre los laberintos y vericuetos del ansia por perpetuarse en el poder de unos pocos, tercos y ciegos frente a la realidad que requiere cambios. Este país sigue en esencia siendo el mismo, plagado de egoísmos, centralismos, que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Algún día vendrá la época de la vendimia, tal y como lo expresé en el discurso de despedida que me correspondió pronunciar en nombre de muchos servidores de la entidad y del país. Se que le dolió hasta el alma la muerte de tantos colombianos, en especial del matrimonio de los WILCHEZ, ocurrido en la región del Cimitarra, luego de ingentes esfuerzos realizados para evitarlo.
Personalmente mantengo perenne agradecimiento por aquel Procurador que, por gestiones de una familia que nos conoció cuando soñábamos en las calles bogotanas y pasábamos penurias junto a mi esposa, me nombró sin conocerme y me brindó el privilegio de trabajar a su lado y conocer el amor profundo por este país. A él le debo abrazar la profesión de abogado, comprendí en esas bregas, que se requiere adelantar una cruzada por rescatar a nuestro país de las fauces de la corrupción, la desidia y la desesperanza. Su memoria me ha servido para caminar por los senderos de la justicia, la concordia, la paz y la esperanza. Algún día su legado será valorado como lo merece.
Volverá a alumbrar el faro en la noche tempestuosa en que los capitanes de los barcos se sienten perdidos, volverá para encaminarnos en los senderos del entendimiento que debe reinar en los corazones de los que queremos un país prospero y en paz.
William Millán Monsalve
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