
"La gente no olvida más tiempo que el que recuerda"
William Faulkner
Es probable que tal vez muchos en El Carmen de Viboral piensen de este modo, que este asunto, el de recuperar una edificación olvidada, no sea algo más que una inusual y particular obsesión con el pasado, un aura sentimental por algo antiguo, un esfuerzo exagerado por recuperar lo que ya hace un tiempo está perdido u olvidado. En fin, muchos consideran este proceso como una iniciativa aparentemente innecesaria sobre algo que ya no tiene sentido mantener.
Seguro para muchos resultaría más sencillo simplemente echar tierra sobre una construcción tan antigua y destruida y permitirse edificar sobre sus restos simplemente una de las nuevas y actuales arquitecturas modernas y ambiciosas que ahora se perfilan tanto en nuestra localidad.
Es lamentable, pero asombrosamente es real, observar que la sola posibilidad de conservar lo que hasta ahora son solo ruinas ha sido un gran logro dentro de todo, y una pequeña victoria contra el tiempo y nuestra frágil memoria.
Estamos ante las ruinas de lo que queda de nuestro antiguo Hospital San Juan de Dios.

¿Qué ha debido ocurrir en nuestra historia local para que esta edificación este ahora en estas condiciones de detrimento? Lo que nos ocurre hoy con la antigua sede de nuestro primer hospital de El Carmen de Viboral no es nada diferente a lo que ya nos ha ocurrido en distintas ocasiones con otros edificios, eso de que, un hito importante y determinante de nuestra identidad local, una infraestructura de las más representativas desde nuestra consolidación como poblado, se convierta como muchos otros, en ruina.
Este edificio público, constituido a partir de una sencilla casa construida a finales del siglo XIX, y hoy reconocido desde nuestro ordenamiento territorial como Bien de Interés Cultural- BIC- municipal, empezó como centro de hospitalidad para enfermos y ancianos desde el año de 1902, y a través de los años siguientes logra ir formalizándose como nuestro primer hospital municipal. Fueron muchos carmelitanos los que tuvieron que ser sus benefactores y quienes lograron que, con el tiempo, lo que era una pequeña casona, se convirtiera posteriormente en un vasto edificio y en una entidad, que después de superar varias crisis, para los años de 1946 y 1947 no solo renovaba y ampliaba sus servicios, sino que se reinauguraba también con su nueva capilla.
Respecto a lo que representa y significa esta edificación, podríamos decir que a este espacio y a esta institución, jugando un poco con su etimología, le debemos la hospitalidad y la solidaridad prestada en nuestros orígenes de pueblo a sus huéspedes locales, a la atención de las reiteradas epidemias de viruelas en los inicios del siglo XX, y como el lugar de nacimiento de varios de nuestros abuelos y padres, de nuestra ascendencia, no obstante, también hay un elemento adicional que complementa su peso material y simbólico de lo que realmente significa, y por el cual debería ser más contundente su verdadero compromiso y sentido de restauración, y es que pese a sus condiciones, es de los pocos bienes inmuebles que pueden ser testimonio de nuestra continuidad estética, de nuestra historia heredada, es una de nuestras edificaciones públicas más antiguas y tal vez la única construida con los métodos tradicionales de su época.

En el interior de esta edificación no solo es posible reconocer con más detalles su sistema de construcción y forma de habitarlo, sino también el de todos nuestros antepasados y la poética de su arquitectura. Una alegoría a nuestro primer poblado, una casa sencilla, de una sola planta, organizada alrededor de un patio central con corredores para articular sus espacios. Construida con tapia y bahareque, contaba techos altos, cubiertos con tejas de barro y estructura de guadua que se complementaban con enormes puertas de ala doble y ventanas decoradas con hierro y vidrio. El portón se destaca en la fachada por sus proporciones y decoración, tras el cual se entraba al edificio a través de un zaguán, que terminaba en un contraportón con calados de madera que dejan entrever la luz del patio. Seguramente, el recuerdo tal vez más emblemático que es posible tener es la de su imponente fachada, la que posiblemente en apariencia expresa con contundencia su esencia histórica más visible, un alto muro ático con particulares remates, - característico de varios inmuebles de su tiempo en la localidad, - liso, con detalles con molduras y ventanales enmarcados por forja de hierro, un emblema de identidad y cultura de nuestros primeros tiempos como consolidación de un poblado y su institucionalidad.
Ya es hora de devolverle a este espacio su hospitalidad prestada, en la que este antiguo Hospital San Juan de Dios regrese como una propuesta urbanística renovada de intervención integral, una iniciativa en la que se demuestre que estas ruinas que aún se mantienen con insistencia e indiferencia, se constituyan en un desafío ético que le devuelva algo de lo pendiente del espacio urbano patrimonial a los habitantes de esta ciudad.
Tal vez, la gente no olvida más tiempo que el que recuerda, no obstante, aún tenemos la oportunidad de fabricar un nuevo recuerdo para este Bien de Interés Cultural, una restauración de un edificio que a la vez que le retornemos el espíritu material que aún pervive en él, restablezca con dignidad la protección de lo que este representa y significa no solo ahora, sino para el futuro de este territorio.
Yeison Castro Trujillo
Vigía del patrimonio, El Carmen de Viboral
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